1948, de Yoram Kaniuk. Libros del Asteroide, traducción de Raquel García Lozano.
Se ha dicho que esta
novela es un intento de desmitificar una contienda de una dimensión tan
simbólica como fue la Guerra de Independencia de Israel. Pero no cuesta
demasiado imaginarse que esa guerra fue en buena parte tal como la describe
Kaniuk: una guerra casi improvisada, con armamento precario, con un ejército
improvisado, con soldados que a veces, tanto en un bando como en otro, no
sabían exactamente por qué luchaban ni contra quién.
Pero como dice la
traductora en el prólogo del libro, más allá de ser vista como una crónica de
aquella guerra, “nos ayudará a saber quién es Yoram Kaniuk y quién fue en
aquella época que describe”.
De hecho son
frecuentes las referencias a la precariedad de su memoria, su incapacidad a
veces de discernir lo que sucedió de lo que la memoria ha ido elaborando todo
este tiempo, la volatilidad de los nombres de los lugares donde luchó. A veces
será tal vez una excusa para proteger el nombre de alguien que estuvo allí con
él, otras tal vez para protegerse él mismo de su pasado. Lo que sin duda parece
recordar son los rostros, los muertos, las atrocidades de la guerra que
hicieron que muchos de los supervivientes continuaran por siempre viviendo
allí, anclados en ese punto de su memoria por mucho que los años hayan pasado.
La imagen que a veces
ofrece de sus compañeros de lucha es la de auténticos desarraigados, que
parecen buscar con ansiedad un lugar bajo el sol sin tener muy claro que sea
aquél. Trasciende una imagen del sabra (del judío nacido en Eretz-Israel) un
tanto feroz, violenta pero noble a la vez, llegado hasta allí a veces como
quien despierta arrojado a una playa, que también parece desmitificar esa idea
del judío que quiere, en ese lugar del mundo, cambiar de una vez por todas el
signo de la historia judía. De todas maneras Kaniuk, que a la sazón era un
joven de diecisiete años, nacido en Tel-Aviv y educado en un ambiente familiar
que todavía añora Europa y la vida cultural europea (y en buena parte
germánica) será visto en muchas ocasiones con cierto desprecio por parte de sus
correligionarios.
A pesar de lo visto y
vivido en aquella guerra, por encima de todo hay la voluntad de no juzgar,
sencillamente dar testimonio de la cruda realidad cotidiana que la rodeó. Hay
pasajes de una devastadora y triste belleza, como la llegada repentina a Ramla,
un pueblo donde la población árabe ha sido expulsada, de miles de supervivientes
de Europa, con su Babel de lenguas, con sus ropas inverosímiles para aquel clima,
“personas llegadas de otra galaxia, personas que estaban allí más allá de
cualquier deuda moral. Llegaban del cubo de basura de la historia (…) personas que
habían vencido porque estaban vivos”.
Como recuerda cuando
tiempo después se encuentra con algunas de las personas que conoció en esa
época “nos quedamos mudos unos instantes y nos separamos porque no teníamos
nada que decirnos, los recuerdos intercambian miradas y frases, pero no tienen palabras
con las que hablar”.
4 comentarios:
Yo leí este libro recientemente. Al principio de la lectura me decepcionó un poco, porque no era lo que esperaba tras haber leído la increíble El hombre perro. Sin embargo, al final, y ya superado ese prejuicio inicial, me pareció un libro excelente, lúcido y con muchas escenas inolvidables.
Veo que compartimos muchos gustos literarios.
Un saludo.
Es cierto, tiene momentos excelentes, como cuando sus padres le mandan un saludo por la radio y emiten la cantata de Bach que él tanto amaba. Tengo por aquí El hombre perro, sin duda como dices mucho más complejo que 1984 y que algún día deberé releer. Gracias por el comentario y un saludo.
Me interesa mucho Kaniuk (me encantó "El hombre perro") y también la historia del nacimiento de Israel.
Así que leeré este libro, creo que no me va a defraudar.
¡Gracias por tu reseña!
Gracias a ti Lola. Yo también he tenido siempre un gran interés por ese momento. Tal vez conozcas ya "Una historia de amor y oscuridad" de Amos Oz un excelente libro ambientado en esa época.
Saludos.
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