viernes, 6 de octubre de 2017

ESTOCOLMO NO AMA A MURAKAMI


La Academia Sueca del Nobel este año se ha superado a sí misma. A su ya manifiesta tendencia a desbaratar todos los pronósticos (si alguien es favorito alguna vez que sepa que no lo va a ganar) el año pasado se unió la novedad de premiar a alguien que no es escritor (Bob Dylan), cuando tantos escritores en el mundo viven encarcelados o con dificultades para poder expresarse. Muchos dibujantes de cómic (perdón: de novela gráfica), tal vez pensaron que esta vez sería su oportunidad, pero contra todo pronóstico, no ha sido así.

Esta vez la voluntad ha sido otra: joder a Murakami, eterno aspirante. Y lo ha hecho de la manera más cruel y retorcida que uno pueda pensar: premiando a un escritor inglés con apellido japonés (¡qué curioso, hasta tiene cara de japonés!), creador entre otras cosas de una de las novelas más inglesas que uno pueda echarse a la cara: Los restos del día.

La verdad es que nunca he leído a Murakami, tal vez por ese defecto snob y abiertamente estúpido de no querer leer a alguien por el simple hecho de ser popular. Recuerdo cómo en una librería barcelonesa una joven ataviada con vestimenta pseudogótica (o así la quiero recordar) confesaba a su compañero, mientras acariciaba el lomo de su último libro: “amo a Murakami, es mi dios”. Tal es la dimensión de su veneración.

No hay duda de que no dar el premio a Murakami va camino de convertirse en una tradición muy escandinaba, como ironiza Borges con la reiterada negativa de concederle el Nobel.

No sé qué deben estar tramando ya estos personajes de la Academia Sueca de cara al próximo año para aumentar el martirilogio del escritor japonés: tal vez dárselo a un compatriota suyo (no, demasiado visto), tal vez a un poeta de haikus, o mejor aún: a un dibujante de Manga. ¿Por qué no? Tal es la dimensión de su maldad.

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