domingo, 15 de octubre de 2017

¿POR QUÉ DAMASCO?: ESTAMPAS PESIMISTAS DE UN DECANO







¿Por qué Damasco? Estampas de un mundo árabe que se desvanece, de Tomás Alcoberro. Editorial Diéresis.


No sé si los reporteros de guerra están en crisis, si los nuevos medios de comunicación van a acabar con ellos, pero lo dudo. El ciudadano exigente va a requerir siempre (o eso espero) de esa visión al pie de calle, algo literaria, del corresponsal de guerra. De quien convive día a día con víctimas y verdugos, que bebe con estadistas y fuma al lado de posibles terroristas.    

Pocas imágenes tan literarias habrá que sean a su vez tan cercanas a la realidad como la de estas personas que han convertido su vida en una auténtica aventura, hasta el punto de poder perecer por ello.

El articulismo de todos estos reporteros es, en ocasiones, todo un género en sí mismo, un lugar donde todo cabe: desde la visión poética del entorno que lo rodea y la memoria, hasta la fría geopolítica.  Con unos pocos párrafos consiguen hacer llegar al lector toda una amalgama de imágenes, lugares, sensaciones y olores que son suficientes para transmitirnos mucho más de lo que haría cualquier otra forma de comunicación, por muy inmediata que sea. Dudo mucho que con la inmediatez de ciertos medios actuales se consiga transmitir una visión más diáfana, pongamos por caso, de Oriente Medio que lo que han venido mostrando periodistas como, por ejemplo, Tomás Alcoberro cuando tenía que correr al télex más cercano para hacer llegar sus crónicas.

En este libro se recogen una serie de artículos escritos por Tomás Alcoberro para La Vanguardia y El País, centrados en el conflicto de Siria pero también en el Egipto post-Tahrir y, cómo no, en su amado Beirut, ese oasis que como él explica siempre acogió a los reporteros de todo el mundo.

El libro está estructurado de forma cronológica en función de su publicación, pero no se trata de crónicas que busquen la urgencia del momento sino que escarba en las ruinas y en la vida cotidiana de las personas que han vivido aquello para transmitirnos de forma diáfana y a pie de calle los acontecimientos y sus consecuencias.

Recuerda Alcoberro que Siria fue siempre un país inaccesible para él debido al férreo acceso para los ciudadanos y periodistas que pretendían entrar (tan diferente al de su amado Beirut), una dictadura nacida del nacionalismo árabe de inicios de los años 60 y que hasta finales del siglo pasado mantuvo un régimen que Alcoberro define en ocasiones de corte pseudo-soviético.

Nos recuerda cómo en los años 80 una rebelión de los Hermanos Musulmanes, heridos por un gobierno que “incitaba a los musulmanes al ateísmo” en ese estado árabe socialista y revolucionario, acabó en una masacre y llega a sentenciar que “la historia de Siria, (como en parte la de Egipto) es la de la lucha de los Hermanos Musulmanes por alcanzar el poder”. El integrismo musulmán, asegura, es el resultado entre otras razones del fracaso de la construcción de un Estado moderno en Oriente Medio.

Alcoberro recorre el país y nos muestra no sólo su enorme pluralidad de colectivos étnicos y religiosos sino también la importancia de las minorías dentro de la estructura social del país: cristianos de diferente obediencia religiosa, drusos, kurdos y en especial el papel preponderante en el poder de los alauís (de donde surgieron los Assad), considerados una secta herética por buena parte de la mayoría sunní. El papel que juegan todos ellos ha ido creciendo con el tiempo, y es reveladora el comentario que recoge Alcoberro cuando alguien le recuerda cómo “antes éramos baasistas, naseristas, comunistas, árabes y ahora somos suníes, cristianos, drusos….” Cómo la identidad religiosa ha suplido otra más ideológica, más occidental, que regía durante ciertas décadas del pasado siglo (y portadora también sin duda de enfrentamientos de todo tipo).

Visita ciudades devastadas como Homs (“la mayor destrucción de una ciudad en Oriente Medio”), Palmira, Raqa; nos recuerda las relaciones del país con Líbano; el peso de los ejes suní y chií, Saudí y Irán (al respecto de la primera nos recuerda en varias ocasiones su funesto papel en la expansión, desde los años ochenta del siglo pasado, del integrismo suní), pero también nos habla del Damasco sitiado, de cómo la cotidianidad resiste el día a día de la guerra: las bodas y las fiestas que no cesan, la atrevida lencería de sus mercados o sus series de TV, de gran éxito en todo el orbe árabe.

El libro lo complementan dos partes más, dedicadas a Egipto y al Líbano (fundamentales sin duda para tener una visión global del mundo árabe actual). En la primera nos transmite su pesimismo tras la llamada Primavera Árabe (en la que, como tantos otros que conocían esa realidad, nunca confió), su pesimismo ante un panorama que parece tener que elegir entre los Hermanos Musulmanes y el ejército, sus legiones de mendigos hacinados en cementerios o la pérdida ya irremediable del cosmopolitanismo de Alejandría.

De Líbano nos habla de su amado Beirut, cuidad abierta pero siempre en una encrucijada perpetua, en un equilibrio calculado entre comunidades (cristianos de diferente filiación, suníes, Hezbollá, la presencia cercana de Israel, al que se une el alud de nuevo refugiados sirios) que parece siempre a punto de estallar.

Este es en definitiva un libro fascinante  pero a su vez pesimista, porque la visión de este periodista, tras décadas de trabajo por todo Oriente Medio, es la de pesimismo por su futuro, nostalgia por un mundo que se desvanece y que parece transmitir una amarga sensación de fatalidad.

En el siguiente blog se pueden seguir los artículos que Tomás Alcoberro sigue escribiendo en La Vanguardia: http://blogs.lavanguardia.com/beirut/author/talcoverro


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