¿Por qué Damasco? Estampas de un mundo
árabe que se desvanece, de Tomás Alcoberro. Editorial Diéresis.
No sé si los reporteros de guerra están en crisis, si los
nuevos medios de comunicación van a acabar con ellos, pero lo dudo. El
ciudadano exigente va a requerir siempre (o eso espero) de esa visión al pie de
calle, algo literaria, del corresponsal de guerra. De quien convive día a día
con víctimas y verdugos, que bebe con estadistas y fuma al lado de posibles
terroristas.
Pocas imágenes tan literarias habrá que sean a su vez tan
cercanas a la realidad como la de estas personas que han convertido su vida en
una auténtica aventura, hasta el punto de poder perecer por ello.
El articulismo de todos estos reporteros es, en ocasiones,
todo un género en sí mismo, un lugar donde todo cabe: desde la visión poética
del entorno que lo rodea y la memoria, hasta la fría geopolítica. Con unos pocos párrafos consiguen hacer
llegar al lector toda una amalgama de imágenes, lugares, sensaciones y olores
que son suficientes para transmitirnos mucho más de lo que haría cualquier otra
forma de comunicación, por muy inmediata que sea. Dudo mucho que con la
inmediatez de ciertos medios actuales se consiga transmitir una visión más
diáfana, pongamos por caso, de Oriente Medio que lo que han venido mostrando
periodistas como, por ejemplo, Tomás Alcoberro cuando tenía que correr al télex
más cercano para hacer llegar sus crónicas.
En este libro se recogen una serie de artículos escritos por
Tomás Alcoberro para La Vanguardia y El País, centrados en el conflicto de Siria
pero también en el Egipto post-Tahrir y,
cómo no, en su amado Beirut, ese oasis que como él explica siempre acogió a los
reporteros de todo el mundo.
El libro está estructurado de forma cronológica en función de
su publicación, pero no se trata de crónicas que busquen la urgencia del
momento sino que escarba en las ruinas y en la vida cotidiana de las personas
que han vivido aquello para transmitirnos de forma diáfana y a pie de calle los
acontecimientos y sus consecuencias.
Recuerda Alcoberro que Siria fue siempre un país inaccesible para
él debido al férreo acceso para los ciudadanos y periodistas que pretendían
entrar (tan diferente al de su amado Beirut), una dictadura nacida del
nacionalismo árabe de inicios de los años 60 y que hasta finales del siglo
pasado mantuvo un régimen que Alcoberro define en ocasiones de corte pseudo-soviético.
Nos recuerda cómo en los años 80 una rebelión de los Hermanos
Musulmanes, heridos por un gobierno que “incitaba a los musulmanes al ateísmo”
en ese estado árabe socialista y revolucionario, acabó en una masacre y llega a
sentenciar que “la historia de Siria, (como en parte la de Egipto) es la de la
lucha de los Hermanos Musulmanes por alcanzar el poder”. El integrismo
musulmán, asegura, es el resultado entre otras razones del fracaso de la
construcción de un Estado moderno en Oriente Medio.
Alcoberro recorre el país y nos muestra no sólo su enorme
pluralidad de colectivos étnicos y religiosos sino también la importancia de
las minorías dentro de la estructura social del país: cristianos de diferente
obediencia religiosa, drusos, kurdos y en especial el papel preponderante en el
poder de los alauís (de donde surgieron los Assad), considerados una secta
herética por buena parte de la mayoría sunní. El papel que juegan todos ellos
ha ido creciendo con el tiempo, y es reveladora el comentario que recoge
Alcoberro cuando alguien le recuerda cómo “antes éramos baasistas, naseristas,
comunistas, árabes y ahora somos suníes, cristianos, drusos….” Cómo la
identidad religiosa ha suplido otra más ideológica, más occidental, que regía durante ciertas décadas del pasado siglo (y portadora también sin duda de enfrentamientos de todo tipo).
Visita ciudades devastadas como Homs (“la mayor destrucción
de una ciudad en Oriente Medio”), Palmira, Raqa; nos recuerda las relaciones
del país con Líbano; el peso de los ejes suní y chií, Saudí y Irán (al respecto
de la primera nos recuerda en varias ocasiones su funesto papel en la
expansión, desde los años ochenta del siglo pasado, del integrismo suní), pero
también nos habla del Damasco sitiado, de cómo la cotidianidad resiste el día a
día de la guerra: las bodas y las fiestas que no cesan, la atrevida lencería de
sus mercados o sus series de TV, de gran éxito en todo el orbe árabe.
El libro lo complementan dos partes más, dedicadas a Egipto y
al Líbano (fundamentales sin duda para tener una visión global del mundo árabe
actual). En la primera nos transmite su pesimismo tras la llamada Primavera
Árabe (en la que, como tantos otros que conocían esa realidad, nunca confió),
su pesimismo ante un panorama que parece tener que elegir entre los Hermanos
Musulmanes y el ejército, sus legiones de mendigos hacinados en cementerios o
la pérdida ya irremediable del cosmopolitanismo de Alejandría.
De Líbano nos habla de su amado Beirut, cuidad abierta pero
siempre en una encrucijada perpetua, en un equilibrio calculado entre
comunidades (cristianos de diferente filiación, suníes, Hezbollá, la presencia
cercana de Israel, al que se une el alud de nuevo refugiados sirios) que parece
siempre a punto de estallar.
Este es en definitiva un libro fascinante pero a su vez pesimista, porque la visión de
este periodista, tras décadas de trabajo por todo Oriente Medio, es la de
pesimismo por su futuro, nostalgia por un mundo que se desvanece y que parece
transmitir una amarga sensación de fatalidad.
En el siguiente blog se pueden seguir los artículos que Tomás Alcoberro sigue escribiendo en La Vanguardia: http://blogs.lavanguardia.com/beirut/author/talcoverro
No hay comentarios:
Publicar un comentario